Por: Wladimir Hermógenes Martínez Gutiérrez**
Se me hace difícil seguir eludiendo el grito de mi interior, ese que pide expresar el pensamiento antes de que estalle dentro de mí el seguro arrepentimiento de no haberlo hecho. En el momento justo y perfecto, como los tiempos del señor, con este mi atrevimiento de pretendido columnista espero dar el ejemplo y la voz de partida para la sana discusión y el abierto debate en temas que nos atañen como ciudadanos insulares.
Siendo así, inicio con mi disposición de resaltar las bondades que tenemos aquellos que por nacimiento o por haberlo escogido así, vivimos en Nueva Esparta o alguna de las islas habitadas del territorio nacional.
El hecho de vivir en una isla, queramos o no, nos hace ciudadanos distintos y cuando digo esto es con la intención de distinguirnos de los habitantes de la tierra continental lo que en la jerga común llamamos el ciudadano de tierra firme.
La primera diferencia es que la vida del habitante insular se desenvuelve sin el desenfreno y agitación propios de otros estados, esto a pesar de la presión del desarrollo que ha experimentado la Isla de Margarita en las últimas décadas, por poner un ejemplo.
En las islas habitadas de Venezuela se aplica aquello de la tropicalización del compás de trabajo, las actividades humanas dejan de ser tan estresantes, condición que ilustro con un ejemplo: es difícil encontrar un funcionario en alguna oficina pública o ejecutivo de firmas privadas usando los protocolares y asfixiantes paltó y corbata. En otras ciudadnes su uso es tal que aquel que no lo lleva se le puede impedir entrar a un restaurant o a un organismo público.
Para el ciudadano insular el uso de esa ropa es casi una rareza, se reserva para dar el pésame funerario o para dar la talla en ritos como el matrimonio y bautizo; incluso para solo para uno que otro acto protocolar en el devenir de los días de fiesta nacional o derivados de la simbología regional.
El que vive en esta ínsula hace mucho tiempo le perdió el prejuicio a la informalidad no por rebeldía u oposición sino porque el calor y el salitre dieron paso a la comodidad y dieron al traste de esa costumbre como acuerdo tácito, no escrito, pero compartido entre todos los isleños.
En nuevas columnas compartiré con ustedes las circunstancias positivas que nos da el privilegio de ínsula también cuales son, las que a mi parecer, son las negativas y también las que pudieran ser las propuestas o soluciones para revertir las desventajas, esto como un manual de ideas que nos permitan elevar las bondades de vivir en Nueva Esparta y cualquier de las islas habitadas de Venezuela.
*Columna de opinión del partido Nueva Generación Insular (http://nuevageneracioninsular.blogspot.com / @nginsular)
**Abogado




